sábado, 1 de marzo de 2014

Y SI TE QUEDAS ATRAS...............

es un paso dado ya cada paso del camino queda abierto para alguien que va detrás.





Quien no ha leido o sus padres le leyeron PINOCHO, EL GIGANTE EGOISTA O EL PRINCIPE FELIZ ? diran todos los hemos leido o los hemos escuchado en la voz de nuestros padres cuando nos dormiamos o en noches lluviosas.

Ahora veremos a traves de una mirada distinta estos cuentos , desde la mirada de CRISTO Y LA CUARESMA .

Como asi ? se preguntaran extrañados , pues si, si nunca notamos los valores y enseñanzas de estos cuentos para nuestras vidas porque los veiamos como simples cuentos infantiles .


 mmm , vengan conmigo y veanlos de un modo distinto a traves de la mirada de CRISTO.





EL PRINCIPE FELIZ

El principe feliz cuento de oscar wilde en su historia narra que la estatua hermosa de este principe que al estar en lo alto de la ciudad se dio cuenta del sufrimiento de su pueblo y con la ayuda de una gaviota fue curando las heridas de su gente desprendiendose de cada parte de su cuerpo de estatua.

valores : generosidad, amor, lealtad .

he aqui el cuento : escuchemoslo e imaginemoslo con el corazon .



* * * * * *
En lo alto, dominando la ciudad y situada encima de una elevada columna, se hallaba la estatua del Príncipe Feliz. Era una estatua dorada, toda cubierta con delgadas láminas de oro fino; por ojos tenía dos resplandecientes zafiros y un gran rubí brillaba en la empuñadura de su espada.
¡Verdaderamente, se trataba de una estatua admirable!
-Es tan hermosa como una veleta –indicó uno de los concejales, que deseaba ganarse la reputación de tener muy buen gusto artístico-. Solamente que no es tan útil- añadió temiendo que la gente pudiese pensar que era poco práctico, cosa muy alejada de la realidad.
-¿Por qué no serás igual que el Príncipe Feliz? –le preguntó una juiciosa madre a su hijito que lloraba desvariando al pedir la luna- El Príncipe Feliz nunca lloraba pidiendo cualquier cosa.
-Me siento contento al ver que, en el mundo, alguien es completamente dichoso –murmuró un hombre ya sin ilusiones, mirando fijamente la maravillosa estatua.
-¡Tiene el aspecto de un ángel! –exclamaron los niños del Hospicio mientras salían de la catedral con sus resplandecientes capas escarlatas y sus blancos y limpios uniformes.
-¿Qué sabéis vosotros? –preguntó el maestro de matemáticas-, si nunca habéis visto uno.
-¡Claro que sí, los hemos visto en sueños! –respondieron ellos y el maestro de matemáticas los miró muy severo frunciendo el ceño porque no aprobaba el que los niños soñaran.
Cierta noche voló sobre esa misma ciudad una pequeña golondrina. Sus amigas de habían ido a Egipto seis semanas antes, pero ella iba con retraso porque se había enamorado del más hermoso de los junquillos. Ambos se conocieron al principio de la primavera mientras ella volaba sobre el río persiguiendo a una polilla gruesa y amarillenta, fue entonces cuando se sintió atraída por la esbeltez de aquel Junquillo que, inmóvil, no podía ir a su encuentro.
-¿Debo amarte? –quiso saber la golondrina, que se prendó inmediatamente de él en cuanto le hizo una reverencia.
Así pues, voló en círculos alrededor suyo, tocando el agua con sus alas y haciendo plateadas olitas.
De esta manera se desenvolvió su cortejo durante todo el verano.
-Es un noviazgo ridículo –piaron las otras golondrinas-. Él no tiene dinero, carece de relaciones, y encima el río está lleno de sus parientes los otros junquillos, además, cuando el otoño venga todas nosotras volaremos lejos de aquí.
Llegado el momento, las golondrinas se fueron y ella se quedó sola y empezó a cansarse de su amado.
-Carece de conversación –reflexionaba- y me temo que sea un conquistador porque siempre está flirteando con la brisa.
Y era cierto, pues, cuando ésta soplaba, el Junquillo se inclinaba ante ella galantemente una y mil veces.
-Admito que sea hogareño –continuó la golondrina-, pero a mí me gusta viajar, y, a mi esposo, consecuentemente, tiene que agradarle también.
-¿Vienes conmigo? –le pregunto al final.
El Junquillo dijo que no con la cabeza porque estaba muy unido a su hogar.
-¡Veo que te importo muy poco! –gritó ella- Estoy muy lejos de las pirámides, así que me voy. ¡Adiós! –y se alejó volando.
A lo largo de todo el día estuvo de viaje y al atardecer arribó a la ciudad.
-¿En dónde voy a instalarme? –se preguntó- Espero que la ciudad tenga preparado algún tipo de alojamiento en estos casos.
Entonces vio la estatua sobre una elevada columna.
-Quiero aposentarme ahí arriba –exclamó-; es un buen lugar con abundancia de aire fresco.
Y descendió hasta situarse entre los pies del Príncipe Feliz.
-Tengo un dormitorio dorado –se dijo blandamente mientras miraba en derredor y ya se disponía a dormir, pero justo estaba poniendo la cabeza bajo el ala, cuando una gran gota de agua cayó sobre ella.
-¡Qué cosa más curiosa! –comentó-; aquí no hay una sola nube en el cielo, las estrellas están completamente claras y brillantes, y, sin embargo, llueve. El clima en el norte de Europa es verdaderamente terrible. Pero al Junquillo le gustaba la lluvia simplemente porque es un egoísta.
Entonces cayó otra gota.
-¿Para que sirve una estatua si no puede guarecerte de la lluvia? –se dijo- Debo procurarme el cobijo de una buena chimenea –y decidió volar de nuevo.
Pero antes de que desplegase las alas, cayó una tercera gota y al mirar hacia arriba vio... ¡Ah, qué es lo que vio!
Los ojos del Príncipe Feliz estaban llenos de lágrimas y éstas se deslizaban incontenibles por sus mejillas de oro. Su rostro era tan hermoso a la luz de la luna, que la pequeña golondrina se sintió llena de piedad.
-¿Quién eres tú?- preguntó.
-Yo doy el Príncipe Feliz.
-¿Entonces, por qué estás llorando? –quiso saber la golondrina –Me has dejado completamente empapada.
-Cuando estaba vivo y tenía un corazón humano –respondió la estatua-, no conocía las lágrimas porque moraba en el palacio del Sans-Souci, en donde la tristeza tenía prohibida la entrada. Durante el día, jugaba con mis compañeros en el jardín y al caer la noche bailaba en el gran salón. Rodeando el jardín había un muro muy alto, pero nunca me preocupé en preguntar que se extendía detrás de él; ¡todo cuanto había a mi alrededor era tan hermoso! Mis cortesanos me llamaban el Príncipe Feliz y yo era dichosos de veras, si es que el placer otorga la felicidad. Así viví y así morí. Y ahora que estoy muerto, me han colocado  aquí arriba, tan alto, que puedo ver todo lo feo y todo lo miserable de mi ciudad, y aunque mi corazón esté hecho de plomo, no puedo dejar de llorar.
-Pero, ¿no es de oro puro? –se interrogó la golondrina ya que era demasiado educada para realizar una observación personal en alta voz.
-Allá lejos –prosiguió la estatua con su acento musical-, allá lejos, en una callejuela hay un pobre hogar. Una de las ventanas está abierta y a través de ella puedo ver a una mujer sentada a la mesa. Su rostro es delgado, está envejecido y tiene las manos toscas y rojas, llenas de alfilerazos por la aguja, ya que es costurera. Borda pasionarias sobre un vestido de satén para las más adorable de las doncellas de honor de la reina, que irán al próximo baile de la corte. En un ángulo de la habitación, su hijito está acostado en la cama, enfermo. Está con fiebre y pide naranjas. Su madre no tiene nada que darle como no sea agua del río y el niño llora. Golondrina, golondrina, pequeña golondrina, ¿quieres llevarle el rubí de la empuñadura de mi espada?; tengo los pies clavados a este pedestal y no puedo moverme.
-Me aguardan en Egipto, -repuso la golondrina-; mis amigas ya están volando sobre el Nilo y charlando con las flores de loto, pronto dormirán en la tumba del gran rey. El rey está allí en su ataúd pintado; yace envuelto en lino amarillo y ha sido embalsamado con especias. Alrededor de su cuello luce una cadena de jade verde pálido y sus manos son iguales a hojas marchitas.
-Golondrina, golondrina, pequeña golondrina, -dijo el Príncipe-, ¿no quiere permanecer conmigo una sola noche y ser mi mensajera?; el muchacho está sediento y la madre ¡tan triste!...
-A mi no me gustan los chicos –le explicó la golondrina-. El último verano, viviendo yo junto al río, había allí dos muchachos muy brutos, hijos del molinero, que estaban siempre tirándome piedras. Por supuesto nunca me dieron, porque nosotras las golondrinas volamos demasiado lejos de su alcance, y, por otra parte, yo provengo de una familia célebre por su agilidad, mas aún así, semejante comportamiento era señal de poco respeto.
El Príncipe Feliz miró tan apesadumbrado a la pequeña golondrina que ésta se entristeció.
-Hace mucho frió aquí –repuso-, sin embargo me quedaré contigo por una noche, y seré tu mensajera.
-Gracias, pequeña golondrina –dijo el Príncipe.
La golondrina arrancó el gran rubí de la empuñadura de la espada del Príncipe y con él en su pico voló sobre los tejados de la ciudad.
Volando pasó cerca de la torre de la catedral que era en donde estaban esculpidos los ángeles de mármol blanco. Pasó junto a palacio y pudo escuchar el sonido de la música de baile. Una hermosa muchacha salió al balcón con su enamorado.
-¡Qué maravillosas son las estrellas –le decía él-, y que maravilloso es el poder del amor!
-Estoy esperando mi vestido y quiero que esté listo a tiempo para el baile –respondió ella-. He ordenado que me lo borden con pasionarias, ¡pero estas costureras son tan perezosas!
La golondrina voló sobre el río y vio las farolas colgando de los mástiles de los barcos. Voló sobre el ghetto, y vio a los viejos judíos regateando entre ellos y pesando dinero en balanzas de cobre. Finalmente llegó a la humilde casa y miró adentro. El chico se encontraba en su cama, tosiendo enfebrecido y la madre se había quedado dormida porque hallábase muy cansada.
La golondrina se introdujo en la habitación y dejó caer  el enorme rubí sobre la mesa, cerca del dedal de la mujer. Entonces revoloteó suavemente alrededor de la cama, abanicando la frente del niño con sus alas.
-¡Qué fresco siento! –exclamó en chico- Debo estar mejor -y cayo en un delicioso sueño.
De nuevo la golondrina voló regresando junto al Príncipe Feliz y le contó lo que había visto.
-Es curioso –comentó-, pero he entrado en calor ahora, aunque hace tanto frío.
-Eso es porque has realizado una buena acción –dijo le Príncipe, y la pequeña golondrina comenzó a pensar y después se durmió; siempre que pensaba le entraba sueño.
Al despuntar el día, ella voló sobre el río y tomó un baño.
-¡Qué fenómeno más notable! –dijo el profesor de ornitología, mientras pasaba por el puente- ¡Una golondrina en invierno! –y escribió una larga carta acerca de ello enviándola al periódico local. Cada lector se interesó mucho, pero estaba llena de tantas palabras que no lo pudieron entender.
-¡Esta noche me iré a Egipto! –proclamó la golondrina y estaba muy animada ante la perspectiva. Pero antes fue a visitar todos los monumentos públicos, permaneciendo largo tiempo sobre el campanario de la iglesia.
Donde quiera que ella pasaba los gorriones murmuraban entre sí:
-¡Qué extranjera más distinguida! –lo que a ella  la colmaba de satisfacción.
Cuando salió la luna voló hacia el Príncipe Feliz.
-¿Has de darme algún recado para Egipto? –quiso saber-; tengo que partir ahora.
-Golondrina, golondrina, pequeña golondrina –rogó el Príncipe-, ¿quieres quedarte conmigo otra noche más?
-Me esperan en Egipto –respondió la golondrina-. Mañana mis amigas volarán sobre la segunda catarata. Allí los hipopótamos se acuestan entre los cañaverales, y sobre un gran trono de granito está sentado el dios Memnón. Toda la noche vigila las estrellas y cuando amanece el lucero del alba, exhala un grito de alegría y luego queda en silencio. A medio día los amarillos leones se acercan a beber al borde de la laguna; tienen los ojos verdes como berilos y rugen con una fuerza que sobrepasa el estruendo de la catarata.
-Golondrina, golondrina, pequeña golondrina –dijo el Príncipe-, lejos, al otro lado de la ciudad, veo a un joven en una buhardilla, está ante un escritorio cubierto de papeles, y en un jarro que hay sobre la mesa, se marchita un ramo de violetas. Su pelo es castaño y se encuentra revuelto, sus labios son rojos como la granada y sus ojos grandes y soñadores. Está ansioso por concluir un libreto para el director del teatro, pero se halla demasiado entumecido por el frío para poder escribir. No hay fuego en la chimenea y está hambriento y muy débil.
-Me quedaré contigo otra noche más –se avino la golondrina, quien en verdad tenía muy buen corazón-. ¿Debo llevarle otro rubí?
-¡Ay de mí!, no tengo ya rubíes –exclamó el Príncipe-, mis ojos son lo único que me queda. Están hechos de raros zafiros traídos de la India hace mil años. Sácame uno de ellos y dáselo a él. Puede venderlo al joyero, comprar comida y leña y terminar su obra.
-¡Querido Príncipe –protestó la golondrina-, eso no puedo hacerlo! –y comenzó a llorar.
-Golondrina, golondrina, pequeña golondrina –rogó el Príncipe-, haz lo que te pido.
Así pues la golondrina arrancó el ojo al Príncipe y voló hasta la buhardilla del estudiante. Era muy fácil entrar allí por un agujero en el tejado, y ella, rauda como una flecha, penetró en la habitación. Puesto que el joven tenía el rostro entre las manos, no atendió el revoloteo de sus alas y cuando miró vio el hermoso zafiro caído sobre el ramo de las violetas marchitas.
-¡Estoy comenzando a ser apreciado! –exclamó-. Seguro que esto viene de parte de algún importante admirador. Ahora podré terminar mi obra –y contempló el zafiro por completo feliz.
Al día siguiente la golondrina voló hacia la bahía, y posándose sobre el mástil de un gran bajel vio a los marineros arrastrando enormes cajas por medio de maromas e izando después cada una de ellas.
-¡Me voy a Egipto! –pregonó la golondrina, pero nadie estaba dispuesto a escucharla, y cuando la luna salió, fue volando a reunirse con el Príncipe Feliz.
-He venido a decirte adiós- exclamó.
-Golondrina, golondrina, pequeña golondrina –rogó el Príncipe-, ¿quieres quedarte conmigo una noche más?
-Estamos en invierno –objetó la golondrina-, y el escalofrío de la nieve pronto estará aquí. En Egipto el sol calienta las verdes palmeras y los cocodrilos se acuestan en el lodo y miran perezosos alrededor suyo. Mis compañeras hacen sus nidos en las edificaciones de Baalbec, y las palomas rosadas y blancas están arrullándose en los salientes de los templos. Querido Príncipe, he de dejarte, pero nunca te olvidaré, y la próxima primavera te traeré dos hermosas joyas en lugar de las que me diste. El rubí será más rojo que la más encendida rosa, y el zafiro puede ser tan azul como el inmenso mar.
-Allá abajo en la plaza –indicó el Príncipe Feliz-, hay una pequeña cerillera. Ha dejado caer los fósforos en el arroyo, y se han mojado. Su padre la pegará si no trae a casa algún dinero y la niña está llorando. No tiene zapatos ni medias y lleva la cabeza sin sombrero. Arráncame el otro ojo y dáselo a ella, así su padre no la pegará.
-Permaneceré contigo otra noche –repuso la golondrina-, pero no te arrancaré el ojo; ¡te quedarías completamente ciego!
-Golondrina, golondrina, pequeña golondrina –rogó el Príncipe-, haz lo que te lo pido.
Ella entonces le arrancó el otro ojo, voló rauda como una flecha, pasando por encima de la pequeña cerillera, y deslizó la joya dentro de su mano.
-¡Qué encantador pedazo de cristal! –exclamó la muchachita y se fue corriendo a su casa entre risas.
Entonces la golondrina volvió con el Príncipe.
-Ahora que tú estás ciego –le dijo-, me quedaré contigo para siempre.
-No pequeña golondrina –contestó el pobre Príncipe-, debes irte a Egipto.
-Me quedaré contigo para siempre –repitió la golondrina y se durmió a los pies del Príncipe.
Todo el día siguiente estuvo posada sobre el hombro del Príncipe Feliz contándole historias que tenían que ver con tierras extranjeras. Le habló de los rojos ibis que permanecían en hileras a los largo de las riberas del Nilo cogiendo peces de oro con sus picos; de la Esfinge que es tan vieja como el mundo, vive en el desierto y lo sabe todo; de los mercaderes que andan lentamente junto a sus camellos mientras pasan entre los dedos las cuentas ámbar de sus rosarios; del rey de las montañas de la Luna, que es negro como el ébano y adora un gran cristal; de la enorme serpiente verde que duerme en una palmera y tiene veinte sacerdotes que la alimentan con pasteles de miel; y de los pigmeos que navegan sobre un gran lago en anchas hojas planas, y que están siempre en guerra con las mariposas.
-Pequeña y querida golondrina –dijo el Príncipe-, tú me hablas de cosas maravillosas, pero más maravilloso es el sufrimiento de hombres y mujeres; no hay misterio tan grande como la miseria. Vuela sobre mi ciudad, pequeña golondrina y dime que es lo que ves.
Entonces la golondrina voló sobre la gran ciudad y vio a los ricos gozosos en sus alegres mansiones mientras los mendigos estaban sentados a sus portales. Voló por el interior de oscuras callejuelas y vio las blancas caras de los niños hambrientos contemplando con ojos apagados las negras calles.
Debajo de los arcos de un puente dos chicos pequeños pretendían engañar al frío confundidos en un abrazo.
-¡Cuánta hambre tenemos! –se lamentaban.
-No debéis estar aquí –les reprendió un vigilante y ellos se marcharon caminando bajo la lluvia.
La golondrina voló, contándole al Príncipe lo que había visto.
-Estoy recubierto de láminas de oro fino –dijo el Príncipe-, debes quitármelas una por una, dándoselas a los pobres; creo que el oro puede hacerles felices.
Lámina tras lámina de oro fino fue arrancando la golondrina con su pico hasta llevárselas todas y el Príncipe Feliz se quedó completamente despojado igual que un pobre, y los niños recobraron el color en sus rostros, y rieron y jugaron en la calle.
-¡Tenemos pan ahora! –gritaban.
Cuando la nieve cayó y después de la nieve vino la escarcha, las calles brillaban tan resplandecientes como si estuvieran hechas de plata; carámbanos cristalinos, aguzados como dagas, colgaban desde los aleros de las casas; la gente iba envuelta en pieles y los niños lucían rojas capuchas y patinaban sobre el hielo.
La pobre golondrina tenía más y más frío, pero no deseaba abandonar al Príncipe; le quería demasiado. Picoteaba las migas de la panadería cuando el panadero no estaba mirando e intentaba darse calor agitando las alas.
Mas al final dióse cuenta de que se moría; sólo le quedaban fuerzas para volar otra vez hasta el hombro del Príncipe.
-¡Adiós, querido Príncipe –murmuró-, ¿puedo besar tu mano?
-Me siento muy contento de que por fin te marches, pequeña golondrina –dijo el Príncipe-; ya has permanecido demasiado tiempo aquí, pero debes besarme en los labios porque te amo.
-No es a Egipto a donde voy –replicó la golondrina- Voy a la Casa de la Muerte. La Muerte es la hermana del Sueño, ¿no es cierto?
Y besó al Príncipe en los labios cayendo muerta a sus pies.
En ese momento un crujido singular resonó dentro de la estatua como si se estuviera rompiendo, y es que el corazón de plomo se había partido en dos. Además hacía un frío terrible.
A la, mañana siguiente, temprano, el Alcalde estaba paseando por la plaza en compañía de los concejales.
Cuando llegaron junto a la columna, miró hacia arriba en dirección a la estatua.
-¡Dios mío!, ¿qué miserable Príncipe Feliz es el que veo?
-¡Cuán miserable, ciertamente! –corearon los concejales que siempre estaban de acuerdo con el Alcalde, y contemplaron al Príncipe.
-El rubí ha caído de su espada, no tiene ojos y ya no es de oro –dijo el Alcalde-. Ahora no resulta mejor que un mendigo.
-¡Ahora no resulta mejor que un mendigo! –repitieron a coro los concejales.
-¡Y hay un pájaro muerto a sus pies! –prosiguió el Alcalde- Debemos promulgar un edicto: los pájaros no han de morirse aquí.
Y el secretario dl Ayuntamiento tomó nota de la sugerencia.
Entonces, entre todos, echaron abajo la estatua del Príncipe Feliz.
-Como ya no es hermosa, ha dejado de ser útil –comentó el profesor de la Universidad.
La estatua se fundió en un horno, y el Alcalde convocó una reunión del pleno, para decidir que habían de hacer con el metal.
-Deberíamos tener otra estatua, por supuesto –dijo-, y puede ser mi propia estatua.
-¡O la mía! –exclamó cada uno de los concejales y se pusieron a discutir.
Cuando se les vio por última vez aún seguían litigando.
-¿Qué cosa más extraña! –dijo el capataz de los obreros de la fundición. Este corazón de plomo está roto pero el plomo no se ha fundido. Debemos tirárlo.
Así que lo arrojaron sobre un montón de basura en donde también se hallaba la golondrina muerta.
******
-Tráeme las dos cosas más preciosas que haya en la ciudad –le ordenó Dios a uno de Sus ángeles, y el ángel le trajo un pesado corazón de plomo y una golondrina muerta.
-Has hecho bien las cosas –dijo Dios-, porque en mi Jardín del Paraíso este pajarito podrá cantar eternamente, y en mi ciudad de oro el Príncipe Feliz entonará mis alabanzas.
FIN


******
EL GIGANTE EGOISTA

Este era un gigante que vivia solo y era malhumorado y nadie queria su compañia , los niños entraban en su jardin a jugar sin que se diera cuenta y cuando se dio cuenta primero se enojo y les prohibio entrar, luego los dejo entrar y pudo jugar con EL NIÑO DIOS .

valores : generosidad, alegria , paz , CONVERSION , ARREPENTIMIENTO Y PERDON .

He aqui el cuento :



Cada tarde, a la salida de la escuela, los niños se iban a jugar al jardín del Gigante. Era un jardín amplio y hermoso, con arbustos de flores y cubierto de césped verde y suave. Por aquí y por allá, entre la hierba, se abrían flores luminosas como estrellas, y había doce albaricoqueros que durante la primavera se cubrían con delicadas flores color rosa y nácar, y al llegar el otoño se cargaban de ricos frutos aterciopelados. Los pájaros se demoraban en el ramaje de los árboles, y cantaban con tanta dulzura que los niños dejaban de jugar para escuchar sus trinos.
-¡Qué felices somos aquí! -se decían unos a otros.
Pero un día el Gigante regresó. Había ido de visita donde su amigo el Ogro de Cornish, y se había quedado con él durante los últimos siete años. Durante ese tiempo ya se habían dicho todo lo que se tenían que decir, pues su conversación era limitada, y el Gigante sintió el deseo de volver a su mansión. Al llegar, lo primero que vio fue a los niños jugando en el jardín.
-¿Qué hacen aquí? -surgió con su voz retumbante.
Los niños escaparon corriendo en desbandada.
-Este jardín es mío. Es mi jardín propio -dijo el Gigante-; todo el mundo debe entender eso y no dejaré que nadie se meta a jugar aquí.
Y, de inmediato, alzó una pared muy alta, y en la puerta puso un cartel que decía:
ENTRADA ESTRICTAMENTE PROHIBIDA
BAJO LAS PENAS CONSIGUIENTES
Era un Gigante egoísta...
Los pobres niños se quedaron sin tener dónde jugar. Hicieron la prueba de ir a jugar en la carretera, pero estaba llena de polvo, estaba plagada de pedruscos, y no les gustó. A menudo rondaban alrededor del muro que ocultaba el jardín del Gigante y recordaban nostálgicamente lo que había detrás.
-¡Qué dichosos éramos allí! -se decían unos a otros.
Cuando la primavera volvió, toda la comarca se pobló de pájaros y flores. Sin embargo, en el jardín del Gigante Egoísta permanecía el invierno todavía. Como no había niños, los pájaros no cantaban y los árboles se olvidaron de florecer. Solo una vez una lindísima flor se asomó entre la hierba, pero apenas vio el cartel, se sintió tan triste por los niños que volvió a meterse bajo tierra y volvió a quedarse dormida.
Los únicos que ahí se sentían a gusto eran la Nieve y la Escarcha.
-La primavera se olvidó de este jardín -se dijeron-, así que nos quedaremos aquí todo elresto del año.
La Nieve cubrió la tierra con su gran manto blanco y la Escarcha cubrió de plata los árboles. Y en seguida invitaron a su triste amigo el Viento del Norte para que pasara con ellos el resto de la temporada. Y llegó el Viento del Norte. Venía envuelto en pieles y anduvo rugiendo por el jardín durante todo el día, desganchando las plantas y derribando las chimeneas.
-¡Qué lugar más agradable! -dijo-. Tenemos que decirle al Granizo que venga a estar con nosotros también.
Y vino el Granizo también. Todos los días se pasaba tres horas tamborileando en los tejados de la mansión, hasta que rompió la mayor parte de las tejas. Después se ponía a dar vueltas alrededor, corriendo lo más rápido que podía. Se vestía de gris y su aliento era como el hielo.
-No entiendo por qué la primavera se demora tanto en llegar aquí -decía el Gigante Egoísta cuando se asomaba a la ventana y veía su jardín cubierto de gris y blanco-, espero que pronto cambie el tiempo.
Pero la primavera no llegó nunca, ni tampoco el verano. El otoño dio frutos dorados en todos los jardines, pero al jardín del Gigante no le dio ninguno.
-Es un gigante demasiado egoísta -decían los frutales.
De esta manera, el jardín del Gigante quedó para siempre sumido en el invierno, y el Viento del Norte y el Granizo y la Escarcha y la Nieve bailoteaban lúgubremente entre los árboles.
Una mañana, el Gigante estaba en la cama todavía cuando oyó que una música muy hermosa llegaba desde afuera. Sonaba tan dulce en sus oídos, que pensó que tenía que ser el rey de los elfos que pasaba por allí. En realidad, era solo un jilguerito que estaba cantando frente a su ventana, pero hacía tanto tiempo que el Gigante no escuchaba cantar ni un pájaro en su jardín, que le pareció escuchar la música más bella del mundo. Entonces el Granizo detuvo su danza, y el Viento del Norte dejó de rugir y un perfume delicioso penetró por entre las persianas abiertas.
-¡Qué bueno! Parece que al fin llegó la primavera -dijo el Gigante, y saltó de la cama para correr a la ventana.
¿Y qué es lo que vio?
Ante sus ojos había un espectáculo maravilloso. A través de una brecha del muro habían entrado los niños, y se habían trepado a los árboles. En cada árbol había un niño, y los árboles estaban tan felices de tenerlos nuevamente con ellos, que se habían cubierto de floresy balanceaban suavemente sus ramas sobre sus cabecitas infantiles. Los pájaros revoloteaban cantando alrededor de ellos, y los pequeños reían. Era realmente un espectáculo muy bello. Solo en un rincón el invierno reinaba. Era el rincón más apartado del jardín y en él se encontraba un niñito. Pero era tan pequeñín que no lograba alcanzar a las ramas del árbol, y el niño daba vueltas alrededor del viejo tronco llorando amargamente. El pobre árbol estaba todavía completamente cubierto de escarcha y nieve, y el Viento del Norte soplaba y rugía sobre él, sacudiéndole las ramas que parecían a punto de quebrarse.
-¡Sube a mí, niñito! -decía el árbol, inclinando sus ramas todo lo que podía. Pero el niño era demasiado pequeño.
El Gigante sintió que el corazón se le derretía.
-¡Cuán egoísta he sido! -exclamó-. Ahora sé por qué la primavera no quería venir hasta aquí. Subiré a ese pobre niñito al árbol y después voy a botar el muro. Desde hoy mi jardín será para siempre un lugar de juegos para los niños.
Estaba de veras arrepentido por lo que había hecho.
Bajó entonces la escalera, abrió cautelosamente la puerta de la casa y entró en el jardín. Pero en cuanto lo vieron los niños se aterrorizaron, salieron a escape y el jardín quedó en invierno otra vez. Solo aquel pequeñín del rincón más alejado no escapó, porque tenía los ojos tan llenos de lágrimas que no vio venir al Gigante. Entonces el Gigante se le acercó por detrás, lo tomó gentilmente entre sus manos y lo subió al árbol. Y el árbol floreció de repente, y los pájaros vinieron a cantar en sus ramas, y el niño abrazó el cuello del Gigante y lo besó. Y los otros niños, cuando vieron que el Gigante ya no era malo, volvieron corriendo alegremente. Con ellos la primavera regresó al jardín.
-Desde ahora el jardín será para ustedes, hijos míos -dijo el Gigante, y tomando un hacha enorme, echó abajo el muro.
Al mediodía, cuando la gente se dirigía al mercado, todos pudieron ver al Gigante jugando con los niños en el jardín más hermoso que habían visto jamás.
Estuvieron allí jugando todo el día, y al llegar la noche los niños fueron a despedirse del Gigante.
-Pero, ¿dónde está el más pequeñito? -preguntó el Gigante-, ¿ese niño que subí al árbol del rincón?
El Gigante lo quería más que a los otros, porque el pequeño le había dado un beso.
-No lo sabemos -respondieron los niños-, se marchó solito.
-Díganle que vuelva mañana -dijo el Gigante.
Pero los niños contestaron que no sabían dónde vivía y que nunca lo habían visto antes. Y el Gigante se quedó muy triste.
Todas las tardes al salir de la escuela los niños iban a jugar con el Gigante. Pero al más chiquito, a ese que el Gigante más quería, no lo volvieron a ver nunca más. El Gigante era muy bueno con todos los niños pero echaba de menos a su primer amiguito y muy a menudo se acordaba de él.
-¡Cómo me gustaría volverlo a ver! -repetía.
Fueron pasando los años, y el Gigante se puso viejo y sus fuerzas se debilitaron. Ya no podía jugar; pero, sentado en un enorme sillón, miraba jugar a los niños y admiraba su jardín.
-Tengo muchas flores hermosas -se decía-, pero los niños son las flores más hermosas de todas.
Una mañana de invierno, miró por la ventana mientras se vestía. Ya no odiaba el invierno pues sabía que el invierno era simplemente la primavera dormida, y que las flores estaban descansando.
Sin embargo, de pronto se restregó los ojos, maravillado, y miró, miró…
Era realmente maravilloso lo que estaba viendo. En el rincón más lejano del jardín había un árbol cubierto por completo de flores blancas. Todas sus ramas eran doradas, y de ellas colgaban frutos de plata. Debajo del árbol estaba parado el pequeñito a quien tanto había echado de menos.
Lleno de alegría el Gigante bajó corriendo las escaleras y entró en el jardín. Pero cuando llegó junto al niño su rostro enrojeció de ira y dijo:
-¿Quién se ha atrevido a hacerte daño?
Porque en la palma de las manos del niño había huellas de clavos, y también había huellas de clavos en sus pies.
-¿Pero, quién se atrevió a herirte? -gritó el Gigante-. Dímelo, para tomar la espada y matarlo.
-¡No! -respondió el niño-. Estas son las heridas del Amor.
-¿Quién eres tú, mi pequeño niñito? -preguntó el Gigante, y un extraño temor lo invadió, y cayó de rodillas ante el pequeño.
Entonces el niño sonrió al Gigante, y le dijo:
-Una vez tú me dejaste jugar en tu jardín; hoy jugarás conmigo en el jardín mío, que es el Paraíso.
Y cuando los niños llegaron esa tarde encontraron al Gigante muerto debajo del árbol. Parecía dormir, y estaba entero cubierto de flores blancas.

FIN.


******
PINOCHO

Quien no ha visto a pinocho en los clasicos de DISNEY ? o quien no ha leido el cuento ?diran : todos .
PINOCHO muestra y cuenta la historia de un niño de madera que no oye los consejos sabios de su padre y de su conciencia pepito grillo y al rebelarse se deja deslumbrar por las cosas del mundo y sigue los "consejos" de sus "amigos" que lo llevan a situaciones inconvenientes y al darse cuenta se arrepiente , pide perdon y se convierte.

he aqui el cuento :


Erase una vez en una vieja carpintería, Geppetto, un señor amable y simpático, terminaba más un día de trabajo dando los últimos retoques de pintura a un muñeco de madera que había construído este día. Al mirarlo, pensó: ¡qué bonito me ha quedado! Y como el muñeco había sido hecho de madera de pino, Geppetto decidió llamarlo Pinocho.

Aquella noche, Geppeto se fue a dormir deseando que su muñeco fuese un niño de verdad. Siempre había deseado tener un hijo. Y al encontrarse profundamente dormido, llegó un hada buena y viendo a Pinocho tan bonito, quiso premiar al buen carpintero, dando, con su varita mágica, vida al muñeco.

Al día siguiente, cuando se despertó, Geppetto no daba crédito a sus ojos. Pinocho se movía, caminaba, se reía y hablaba como un niño de verdad, para alegría del viejo carpintero. Feliz y muysatisfecho, Geppeto mandó a Pinocho a la escuela. Quería que fuese un niño muy listo y que aprendiera muchas cosas. Le acompañó su amigo Pepito Grillo, el consejero que le había dado el hada buena.

Pero, en el camino del colegio, Pinocho se hizo amigo de dos niños muy malos, siguiendo sus travesuras, e ignorando los consejos del grillito. En lugar de ir a la escuela, Pinocho decidió seguir a sus nuevos amigos, buscando aventuras no muy buenas. Al ver esta situación, el hada buena le puso un hechizo. 

Por no ir a la escuela, le puso dos orejas de burro, y por portarse mal, cada vez que decía una mentira, se le crecía la nariz poniéndose colorada. Pinocho acabó reconociendo que no estaba siendo bueno, y arrepentido decidió buscar a Geppetto. Supo entonces que Geppeto, al salir en su busca por el mar, había sido tragado por una enorme ballena.

Pinocho, con la ayuda del grillito, se fue a la mar para rescatar al pobre viejecito. Cuando Pinocho estuvo frente a la ballena le pidió que le devolviese a su papá, pero la ballena abrió muy grande su boca y se lo tragó también a él. 

Dentro de la tripa de la ballena, Geppetto y Pinocho se reencontraron. Y se pusieran a pensar cómo salir de allí. Y gracias a Pepito Grillo encontraron una salida. Hicieron una fogata. El fuego hizoestornudar a la enorme ballena, y la balsa salió volando con sus tres tripulantes. Todos se encontraban salvados.

Pinocho volvió a casa y al colegio, y a partir de ese día siempre se ha comportado bien. Y en recompensa de su bondad el hada buena lo convirtió en un niño de carne y hueso, y fueron muy felices por muchos y muchos años.

******

reflexionemos :
cuantas veces no hacemos lo que pinocho : tener malas compañias que nos mal aconsejan ? , mentir y luego arrepentirnos , pedir perdon y convertirnos ?

cuantas veces reaccionamos como el gigante egoista porque nos han herido y por eso levantamos un muro alrededor nuestro por esa causa ? 


ahora leamos y escuchemos con atencion la siguiente cancion que dice que pasa si nos quedamos atras ? , si no tenemos ya fuerza para continuar ? si el camino se hace duro nos rendimos o seguimos ? CRISTO ES ESA MANO AMIGA , ESE AMIGO que nos espera y nos da su apoyo y ayuda incondicional a pesar de nuestras faltas.

CANCION Y SI TE QUEDAS ATRAS ?

Y si te quedas atrás 
y si te quedas atrás 
volveré a tu camino 
te ayudaré a seguir 
volveré a tu camino 
y juntos volveremos a empezar 
Caminaré junto a ti 
caminaré junto a ti 
cada paso del camino 
es de polvo y sudor 
cada paso del camino 
lo abriremos caminando tu y yo 
Si me preguntas por qué 
si me preguntas por qué 
necesita un buen amigo 
cuando llegue el dolor 
necesita un buen amigo 
que me ayude cuando ya no pueda yo 
Cada paso del camino 
es un paso dado ya 
cada paso del camino 
queda abierto para alguien que va detrás.


Y AHORA PREGUNTEMONOS :

Que valores a partir de ahora quiero cultivar en mi vida, conmigo mismo y con los demas ?

Que quiero cambiar ? o deseo solo que los demas cambien y no yo ?

Como deseo vivir esta cuaresma y semana santa ? , como cualquier fecha ? , como "parranda santa " ?


No hay comentarios:

Publicar un comentario